Desmadre convoca a escribir en esta cuarentena. Escribir la cuarentena, describir la cuarentena, describirnos, escribirnos. Pienso que hace mucho que no escribo. Es un ejercicio parecido a la libertad, es la libertad que nos está faltando en estos días de tanta invitación a No hacer cosas.
Leí algunos de los textos de las compañeras que fueron enviando. Muchas hablan de la realidad, lo indignante, el gobierno, y yo pienso que si escribiera no podría salir de mi, no puedo dejar de mirarme a mí. Esto me da culpa, me falta conciencia social, pienso, soy egoísta, más culpa, solo yo, solo pienso en mi.
Empezó la cuarentena cuando estábamos en un proceso de separación, nos turnábamos en la casa (la casa es de les niñes). Las primeras semanas fueron fáciles de llevar así, alternando. Luego ya no pudimos irnos a otro lado. A medida que el virus avanzaba el miedo cerraba más puertas, nos fuimos quedando los dos en casa y coincidió con que intentamos rearmarnos.
El padre sigue yendo a trabajar. Yo estoy en casa, teletrabajo ahora. Trabajo más que antes como no sabíamos que iba a pasar con esta zoomatización. He tenido conferencias, coordinaciones o reuniones con les niñes a upa.
A veces exploto. He gritado. Me escucho gritar y me da culpa de nuevo. La casa siempre está dada vuelta. Mi madre me dice por teléfono que tengo que desinfectar y mantener limpio para que el virus no entre. El psicólogo me dice que hay que tener imaginación para poder salir adelante en este encierro. Sólo la imaginación nos salvará, pienso. Y digo, ¿más mandatos? ¿Hay algo más que deba hacer?
Me vuelvo de terapia en bicicleta, son mis quince minutos de libertad semanal plena. Pienso, imaginación antes tenía, ahora siento que la he perdido.
Me acuesto con les niñes, todos estos días los he dormido yo con cuentos. Un cuento nuevo cada noche: el del auto azul, el de los tres lobos, el cuento del oso Ramón, las hormiguitas que van a una casa vacía, los gusanos que se convierten en mariposas, la señora Gladys.
Y ahí, leve, aparece la sonrisa y me vuelvo a querer por un rato.
C.
Recibido el 7 de abril de 2020.
10:50 hs.
Leí algunos de los textos de las compañeras que fueron enviando. Muchas hablan de la realidad, lo indignante, el gobierno, y yo pienso que si escribiera no podría salir de mi, no puedo dejar de mirarme a mí. Esto me da culpa, me falta conciencia social, pienso, soy egoísta, más culpa, solo yo, solo pienso en mi.
Empezó la cuarentena cuando estábamos en un proceso de separación, nos turnábamos en la casa (la casa es de les niñes). Las primeras semanas fueron fáciles de llevar así, alternando. Luego ya no pudimos irnos a otro lado. A medida que el virus avanzaba el miedo cerraba más puertas, nos fuimos quedando los dos en casa y coincidió con que intentamos rearmarnos.
El padre sigue yendo a trabajar. Yo estoy en casa, teletrabajo ahora. Trabajo más que antes como no sabíamos que iba a pasar con esta zoomatización. He tenido conferencias, coordinaciones o reuniones con les niñes a upa.
A veces exploto. He gritado. Me escucho gritar y me da culpa de nuevo. La casa siempre está dada vuelta. Mi madre me dice por teléfono que tengo que desinfectar y mantener limpio para que el virus no entre. El psicólogo me dice que hay que tener imaginación para poder salir adelante en este encierro. Sólo la imaginación nos salvará, pienso. Y digo, ¿más mandatos? ¿Hay algo más que deba hacer?
Me vuelvo de terapia en bicicleta, son mis quince minutos de libertad semanal plena. Pienso, imaginación antes tenía, ahora siento que la he perdido.
Me acuesto con les niñes, todos estos días los he dormido yo con cuentos. Un cuento nuevo cada noche: el del auto azul, el de los tres lobos, el cuento del oso Ramón, las hormiguitas que van a una casa vacía, los gusanos que se convierten en mariposas, la señora Gladys.
Y ahí, leve, aparece la sonrisa y me vuelvo a querer por un rato.
C.
Recibido el 7 de abril de 2020.
10:50 hs.
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